Qué es Prozaicamente?

Ficción basada en hechos reales o realidad basada en hechos ficticios. En todo caso, una parte de mi historia "prozaicamente" narrada.

miércoles, 29 de octubre de 2014

El adicto



Advertencia

No hay forma de contar con humor una historia cuando la protagonista es una adicción. Es más, aunque la hubiera sería una falta de respeto hacia quien ha vivido o está viviendo una situación de este tipo, sea como sea, del lado del adicto o del codependiente. 

Por eso, querido lector, quedas cordialmente advertido: Si has entrado en Prozaicamente buscando una dosis de mi veneno habitual y echarte unas risas, te comunico que hoy no es el día. Ve a Pinterest y alégrate la vista con cosas más ligeras.

Y si decides quedarte y leer, coge la caja de kleenex. Después no digas que no te he avisado…

Entrando en materia

Todos somos adictos a algo, ya sea de forma puntual en algún momento de nuestra vida, ya sea de forma continuada. Si alguien levanta la mano y dice que no es su caso, puedo darle el teléfono de mi psiquiatra, quien estará encantada de rebatir sus argumentos y de recetarle alguna cosilla si es necesario. Y hasta de ingresarle en contra de su voluntad en alguna institución apropiada, si es que se pone muy cabezón al respecto.

He tenido dos relaciones con adictos en mi vida. He sido codependiente dos veces. Y no se lo deseo a nadie.

Mi primer adicto, puesto que era su carácter, escogió ser dulce y tierno conmigo y dejarse querer sin dejarse ayudar. No le deseo ningún mal, como nunca se lo deseé mientras estuve con él. A él le dedico este capítulo.

Al segundo debería haber hecho que le encerraran después de que me amenazara poniéndome un bisturí en el cuello, según él para hacerme una broma. No lo hice por un afecto y un respeto mal entendidos hacia su familia, con la que no debería haber tenido tanta consideración por no haberme advertido de que me estaba liando con el Dr. Jekill, Mr. Hyde y tres o cuatro personalidades más, cada una más cabrona que la anterior. Y es algo de lo que siempre me he arrepentido. No hablaré de él en este capítulo. Sólo espero que allá donde esté, se ponga ciego de todo lo que se le ocurra hasta que reviente, pero que no le joda la vida a nadie. Para mí es un fantasma que descansa en paz desde hace mucho tiempo.

Ignoro cómo le va a mi adicto. Hace 12 años que le vi por última vez y su deterioro era ya preocupante entonces. Pero solté la rienda hace mucho, mucho tiempo. Aunque es algo de lo que cuesta mucho librarte del todo, porque los lazos que se crean son muy fuertes y no se rompen así como así. Y porque siempre quedan en el aire muchos porqués sin responder. Ahora ya tengo las respuestas. Por eso he sacado este otro fantasma del armario. Para darle sepultura definitiva.


El adicto.

Cómo funciona.

Él no tenía ningún problema. Al menos ninguno que estuviera dispuesto a reconocer como tal. Ahí estaba lo jodido del asunto. No puedes encontrar una solución si no admites que tienes un problema.

Ella se enamoró de su ternura, de su pasión, y de la chispa que había en sus ojos cuando estaba con ella. Pero en el lote también había misterios, secretos oscuros, y por último manipulación y mentiras que ella decidió aceptar y creer.

Él se acomodó enseguida a una vida de cuidados y seguridad.

Ella aparcó su futuro y sus deseos para vivir con él en una nube desde la que a veces, cuando todo iba bien, podía tocar el cielo con la punta de los dedos. Pero las cosas dejaron de ir bien, y un día ella se puso de puntillas sobre su nube para intentar tocar el cielo y cayó de bruces en el infierno. Y se quedó sentada allí, en medio de la mierda, confusa y desorientada, sin saber qué hacer.

Él la fue envolviendo poco a poco en su tela de araña, pidiéndole cada día una pequeña renuncia: A salir sola, a maquillarse, a vestirse como una chica. Él quería que ella se volviese invisible a los ojos de los demás. Ella sabía que se estaba encerrando a sí misma en una jaula, pero prefirió creer que era halagador que él la quisiera hasta ese punto.

Él iba cayendo más y más hondo cada día.

Ella se dio cuenta de que no sólo no podía sacarle a flote, sino que estaba cayendo con él. Entonces le dio un ultimátum. Le dijo que tenía que elegir. Curarse o perderla. No había más.

Él le dijo que lo haría. Ella le creyó y buscó ayuda. 

Él la rechazó. Dijo que lo haría a su manera. Ella le dijo que el tiempo seguía corriendo, esta vez en su contra.

Él no la tomó en serio. Ella se dio cuenta pero quiso esperar a estar segura. Hasta que un día, volviendo del trabajo, se lo encontró por la calle, cerca de donde vivían. Él iba dando tumbos, tenía los ojos envueltos en una niebla gris y no la reconoció. Ella le ayudó a subir a casa y por última vez le metió los dedos en la garganta, le lavó y le acostó. Al día siguiente vino con el camión de la mudanza y se llevó sus cosas.

Él la llamaba todos los días. Y su familia también. Le pedían que no le dejara, que siguiera cuidando de él porque si no acabaría mal. Él volvía a llamarla y le juraba todo lo que ella antes hubiera querido creer, le prometía darle todo lo que ella hubiera querido que tuviesen juntos, pero su voz sonaba ya débil y para nada convincente.

No todo acabó ahí para ella. Porque mientras intentaba salvarle a él había perdido su fuerza, su autoestima, hasta su identidad. No se reconocía a sí misma si no era cuidando de él. No tenía ganas de seguir viviendo sin él. No valía nada como persona porque no había conseguido salvarle a él. Tenía que empezar a reconstruirse a sí misma y el proceso fue largo y doloroso.


Lecciones aprendidas

No podía salvarle. Sencillamente no estaba en mi mano. Ahora lo sé. Y sé que el no haberlo conseguido y haber optado por salvarme yo, no me hace peor persona.

Todos llevamos nuestro propio cupo de monstruos y fantasmas en nuestro interior, y nadie puede matarlos por nosotros. Tener a nuestro lado alguien que nos apoya es una gran ayuda, pero cada uno libra su propia batalla en solitario. Donde esté, me gustaría pensar que él algún día ganará la suya. Yo hice lo que pude. Nada más. Y nada menos. 

Lo digo convencida. Aunque mientras lo digo, sin querer, y por última vez, se me llenen los ojos de lágrimas…

sábado, 4 de octubre de 2014

El nene de mamá

                                


Cómo funciona

El nene de mamá tiene una única meta en la vida: Casarse y formar una familia con un clon de la madre que le parió, y la incauta que cae en sus redes no sabe lo jodido que lo tiene para evitar que le coman la moral, el territorio y la tranquilidad de espíritu.

Porque la madre del nene es perfecta y su tortilla de patatas es la mejor, dónde va a parar. Si cocinas con poca sal y pocas grasas ella dirá que tu comida es sosa y que claro, pobrecita de ti, que no tienes su maña y su experiencia. Si le das al salero sin prejuicios, entonces eres una mala pécora que tiene planeado obstruir las arterias del nene hasta provocarle un accidente cardiovascular que se lo llevará a la tumba, y a ella detrás, por Dior. El hecho de que la sopa del cocido que te sirve la señora los domingos tenga lamparones amarillos de grasa carece de importancia. Es que ella no guisa pesado, guisa sabroso. En resumen, tú siempre lo harás mal. Además, no se conformará con decirlo: Se dejará impepinablemente la mitad de la ración que le has servido, empujará el plato de tu infecta comida lejos de sí, y pondrá la misma cara que si le hubieras hecho chupar un calcetín sudado. Pero un calcetín tuyo, no de su nene.

No tendrás mejor suerte con tu aspecto físico. Si estás entradita en carnes eres gorda (Se habrá mirado al espejo antes de hablar, la foca cabrona?) Si adelgazas hay que ver qué cara de acelga pocha se te ha quedado. Si te pintas poco eres una sosa, si un día te vienes arriba con la brocha te preguntará cuánto te pagó su hijo la primera vez. Después te dará un codazo y te dirá "Que es broma, tonta!" Y tú sonreirás y dirás entre dientes "pero qué hijaputa más salá..."
Y que te quede muy clara una cosa: Tú no tienes el pelo rizado, lo que pasa es que tu pelo es feo, y encima no sabes peinarte.

Cuidadín con la ropa que te pongas los domingos para ir a comer a su casa. Ninguna libertad o modernez estilística quedarán impunes en su presencia. Si vas con una camiseta desteñida no intentes explicarle que el "dye" es lo que se lleva. Para ella es que no sabes lavar la ropa y te la has cargao. Y si la camiseta es de las arrugadas, significa que eres una jodía vaga y/o no sabes planchar. Y punto pelota.

Las cosas empeorarán notablemente cuando tengas hijos. Porque tú sólo eres una universitaria con un postgrado que habla cuatro idiomas, que no le llega a su hijito ni a la suela del zapato. Y da igual que el susodicho no tenga ni el bachillerato y apenas se defienda en castellano. No vives para pasar el mocho diez horas al día y ver el Sálvame, ergo no eres una mujer de bien, ergo no cuidas a su hijito como es debido; qué te hace pensar que estás capacitada para criar a su prole? Amos, anda! 

Todo lo que tú hagas con el tierno vástago de tus entrañas será mirado con lupa e implacablemente cuestionado. Si te das una ducha mientras el nene duerme porque quieres dejar de oler a leche rancia durante un rato, es que sólo piensas en ti, ergo eres una mala madre. Si estás todo el tiempo pendiente de tu churumbel y no te duchas en tres días ni tienes la casa perfectamente recogida, ergo eres una cerda.

Y un día te cansas de que la madre del nene se pase el día tocándote la moral por dentro de la ropa interior y de que el nene nunca saque la cara por ti, de que a solas te pida paciencia, de que delante de su madre no sea capaz de poner las pelotas encima de la mesa. Ni siquiera las de billar. Y como tú sí que tienes pelotas, es más, hasta podrías prestarle al nene unas pocas, le das un simbólico portazo en las narices al nene y a la madre que parió al nene. Y carretera y manta. Sola. Mejor que mal acompañada.

Lecciones aprendidas

El nene de mamá no te quiere a ti. Te quiere como extensión de la mujer perfecta que le dio la vida y que le robó la independencia y las pelotas. Si das con uno de éstos, lárgate cagando leches antes de que entre él y su mamá te roben las tuyas.



miércoles, 24 de septiembre de 2014

La vuelta al cole - Pausa narrativa en tiempo real

Regalos de amigas estupendas: Mi fantástico colador amarillo de Mr. Wonderful que me envió Rosilet, mi dominicana preferida del mundo mundial, y lámina también de Mr. Wonderful que resume lo mejor del verano.

Hola a tod@s. 

Increíble pero cierto, he vuelto!

Empiezo mal el mes de septiembre, faltando a mi palabra, pero me vais a tener que perdonar: Lo voy a tener que hacer. El capítulo dedicado a "El nene de mamá" no va a ver la luz hasta dentro de unos días porque tengo mucho que hacer y que reorganizar en mi cabeza y alrededores.

Yo soy muy de refranes, y en las últimas semanas dos en particular me han estado rondando constantemente la cabeza. Uno de ellos es "El hombre propone y Dios dispone", y el otro es "Hago cuentas y me salen collares."

Qué quiero decir con esto? Que mi verano ha tenido poco o nada que ver con lo que yo creía que iba a ser y me ha deparado todo tipo de vivencias y emociones con los que no contaba. Y no han sido todas precisamente positivas. 

No os puedo contar lo ocurrido porque es personal y afecta a terceros también, sólo puedo decir que uno de los fantasmas de mi historia decidió colarse y alterar el orden de los capítulos de mi narración, poniéndose especialmente porculero durante este verano. 

Y no ha sido precisamente el "nene de mamá", al que me hubiera quitado de encima sin despeinarme, sino uno mucho más nocivo y peligroso: El dominador. Que actualmente no domina ni el patio de su casa, pero cuenta con información privilegiada sobre mí, mis sentimientos y mis debilidades, y las usa para golpear donde más duele. En definitiva, se cree con licencia para incordiar. Porque eso es todo lo que consigue. Pero es molesto. Como los tábanos que me han comido a picotazos este verano. No te mueres de las picaduras, no te estropean el paisaje, pero hay que ver lo que joden!

Por todo lo que os he "explicado" (Vamos a llamarlo así), y a pesar de que he tenido tiempo de sobra este verano, me ha faltado la tranquilidad necesaria, el ánimo y la concentración para escribir. Y para otras muchas cosas más apremiantes también. Este año la expresión "escaparme de Madrid por unos días" no ha sido sólo una expresión: Ha sido una huida en toda regla. Anticipé la partida y retrasé la vuelta todo lo posible porque necesitaba desconectarme de verdad, y por unos días (Más bien han sido semanas) me he dedicado a zanganear y a evadirme de la realidad. Me he refugiado en mi hija y en mi madre, y en la belleza de los lugares que hemos visitado. Y en la fotografía. Oh, yes. En la fotografía, que este verano me ha deparado muchas satisfacciones y hasta algún milagro (Podéis leerlo aquí, en la casa de mi otro yo)

De todas formas quiero quedarme sólo con lo positivo de este verano, que ha sido mucho, y dejar atrás lo negativo. Porque la vida da una de cal y otra de arena, y creo que acabo de encontrar una arena fina, suave y cálida donde poder pasear confiada, con los pies descalzos... Puede que hasta cambie el desenlace de la historia que quería cambiar cuando abrí este blog. El tiempo lo dirá. Por ahora no puedo adelantar acontecimientos.

Tenedme paciencia, por favor. Nos encontramos aquí en breve...

Pequeños momentos de felicidad cotidiana.

lunes, 28 de julio de 2014

Día 26, mes 1. Pensamientos previos al combate

                                         


Por mi experiencia personal y por lo que he visto a mi alrededor, estoy convencida de que la inmensa mayoría de las relaciones de pareja que fracasan es porque uno de ellos (O ambos) empieza la aventura de unir su vida a otro sobre premisas equivocadas.

Veamos algunos ejemplos:

Opción 1.- Mostrando sólo lo mejor de sí mismo, diciendo sólo lo que el otro quiere oír, haciendo auténtica campaña política de sí mismo, en definitiva. Y una vez que has ganado los comicios, quién se acuerda de las promesas electorales?

Es muy amargo es el momento en el que te das cuenta de que no te van a traer la luna, de que no beberán los vientos por ti, de que el otro no será capaz de cuidarte en la riqueza y en la salud y no te digo nada si lo que te ha tocado en suerte es pobreza y enfermedad. Es desolador encontrarte un día preguntándote a ti mismo: “Es que esta mierda va a ser siempre mi vida?”

Opción 2.- Dándose perfecta cuenta de que hay en el otro cosas que le disgustan, desagradan, molestan, o que directamente les tocan profundamente las pelotas y se dicen a sí mism@s: “Ya cambiará cuando nos casemos/vivamos juntos.”

Craso error.

Lo que nos molesta del otro forma parte intrínseca e inseparable de su ser, y da igual que sean sus convicciones políticas o religiosas, sus simpatías futbolísticas, el apego malsano hacia la tortilla de patatas de su madre (O a su puñetera madre entera), o su asquerosa manía de hurgarse los mocos en privado o en nuestra compañía (O cosas peores, adórnelo la imaginación/experiencia de cada uno)

Estas cosas no cambian. Jamás. Muy al contrario, empeoran. La pena es que uno esto lo sabe cuando es joven. Al menos yo no lo sabía. O no lo vi venir.

Varias veces empecé relaciones condenadas de antemano al fracaso porque por debajo de lo que parecía todo pasión y buenas intenciones había todo un entramado maquiavélico de planes para cambiar al otro que ambos queríamos poner en marcha, de forma más o menos consciente, apenas iniciada la convivencia.

Tengo 46 años. Soy hija, por tanto, de lo que yo llamo la “generación geisha.” Nuestras madres fueron educadas en la idea de que lo más importante es la familia, dentro de la familia lo más importante es el hombre, después están los hijos, y por último, sin más papel que el de chacha y sparring sin sueldo para los hijos y el marido, está la mujer, que está más guapa calladita y cuyo hábitat natural, la cocina, sólo puede ser abandonado ocasionalmente para pasar la fregona por el salón.

Obviamente no es que yo creyera en ese patrón, pero comparte muchos rasgos con el que viví. En primer lugar, estaba la creencia de que una mujer no es nada sin un hombre a su lado. Y sobre todo la tendencia innata a sentirme San Martín de Porres, a hacer caridad con cada hombre que pasaba por mi lado porque necesitaba ganarme su afecto, sentirme necesaria:  Yo, ser imperfecto, necesitaba redimir mi imperfección salvando a los demás, mejor aún si eran almas descarriadas de sexo masculino.

Mi absurda necesidad de emparejarme a toda costa, pues, me llevó a tener varias relaciones de codependencia de hombres con adicciones y también varias relaciones con hombres que padecían complejo de Edipo, sin olvidar por supuesto al dominador.  Para que la cosa no fuese aburrida los iba alternando, y además, mientras estaba inmersa en una relación afectiva dañina, normalmente caía también en las redes de alguna amistad tóxica que terminaba de comerme la moral hasta hacerme sentir como un moco.


Unas y otras eran fantasmas que había que cargarse.

Pero en qué orden? Después de una breve reflexión decidí hacerlo cronológicamente. Y así os los presentaré a partir de la próxima entrega, empezando por “El nene de mamá.”

Pero eso será después del verano. Prozaicamente se va de vacaciones hasta septiembre.
Mientras tanto, disfrutad del verano y volved con las pilar cargadas, porque va a ser un otoño interesante.

Hasta pronto…


miércoles, 16 de julio de 2014

Día 20, mes 1. Caminanta, no hay camino.



Habían pasado unos días desde mi primera visita a Andrea y me sentía algo decepcionada.

Después del subidón de autoestima que me provocó el haber tomado finalmente la decisión de hacer algo para cambiar mi vida, llevaba una semana tomando las pastillas que me había recetado y lo único que notaba (Y no era poco) es que dormía mejor, aunque mi apetito parecía más o menos el mismo y las ganas de darme atracones iban remitiendo pero no desaparecían del todo. Decidí tener paciencia, y por supuesto no rendirme antes de volver a hablar con Andrea.

Pero durante la segunda semana algo empezó a cambiar.
De repente no sentía la necesidad de estar comiendo a todas horas. Pensaba en dulces en general, o en chocolate en particular, y no sentía nada en especial. El impulso de realizar incursiones intempestivas a la despensa y saqueos despiadados a la nevera, de repente se habían esfumado.

Cuando me di cuenta me senté muy quietecita en un rincón y respiré profundamente. Me dije a mí misma “Genial, pero tú haz como si nada hasta la próxima visita a Andrea”.

Aún faltaba otra semana para la siguiente cita y hasta entonces todo fue mejorando. Cada día me encontraba más tranquila, y al mismo tiempo con más energías. Empecé a sentir hambre, hambre de verdad, porque sin proponérmelo, sólo comía 3 veces al día. Era una sensación que ya casi no recordaba. Había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba con la panza permanentemente llena. El día ya no se me hacía eterno, conseguía hacer todo lo que me proponía sin cansarme, ya no me limitaba a sobrevivir a partir de las 5 de la tarde. Ahora vivía, por primera vez en mucho tiempo.

Cuando volví a ver a Andrea lo primero que me dijo fue que en mi anterior visita se le olvidó decirme que el tratamiento tardaba en hacer efecto y que no me preocupara si no notaba nada al principio, que a algunos pacientes les llevaba un mes notar mejoría.

Me dijo que no eran muy frecuentes los casos como el mío, en los que el paciente empieza a darse cuenta del cambio cuando lleva poco más de una semana de tratamiento, pero que aún así me recomendaba esperar un par de meses para intentar ponerme a dieta.

Me marché de la consulta con más recetas y con una sonrisa que no me cabía en la cara. Al llegar a casa me pesé y la báscula me dio una sorpresa increíble: Había perdido cuatro kilos en un mes. Sin hacer régimen. Sólo tranquilizándome. Esto prometía!

Al día siguiente salí a caminar. Andar, creo que ya lo he dicho antes, se ha convertido en mi forma de meditar. Me pongo la música adecuada y me psicoanalizo mientras voy caminando por el campo. Lo que ocurre es que hasta entonces, en cuanto la música me hacía evocar ciertos recuerdos, los fantasmas salían y como no tenía huevos para enfrentarme a ellos, cambiaba de canción y el psicoanálisis quedaba para otra ocasión.

Pero ese día me di cuenta de que contra los fantasmas es mejor luchar de uno en uno. Así que de uno en uno me los fui cargando de una vez por todas y sin compasión.


Cada fantasma era una relación dañina, y se corresponde con estereotipos que todos conocemos más o menos de cerca. Cada una tendrá su propio capítulo. Por cada capítulo escrito, un fantasma muerto. Con todos los fantasmas muertos comencé a renacer y a sentirme… Prozaicamente viva.

martes, 8 de julio de 2014

Día 8, mes 1: A la cuarta va la vencida




No una, ni dos, sino tres veces pedí cita con un psiquiatra para plantearle mis problemas con la comida, mi angustia, mi depresión, mis inseguridades y miedos, mis traumas, etc. Y las tres veces anulé la cita en el último momento. Lo que viene siendo acojonarse. Pero esta vez tenía que ir a por todas. Así que pedí una cuarta cita. Y ésta no la anulé.

Ya lo sé. Un 75% de vosotros previsiblemente dirá “Y no has pensado en ir al psicólogo?” Sabía que me lo iban a preguntar muchas personas. Incluso aposté conmigo misma a que ésa precisamente sería la reacción de una de mis mejores amigas cuando le contara mis propósitos. Tengo que decir que no me causó especial satisfacción ganar la apuesta, más bien al contrario.

A todos los que estéis pensando que "empastillarse" es un error, cordialmente os digo que es una generalización y una simplificación, y que además es falsa y está motivada por la tan hispánica y atávica costumbre de juzgar y automáticamente rechazar lo que no se conoce. Me atrevo a asegurar que más del 90% de las personas que opinan que tomar fármacos por un problema psicológico es de débiles, y que las pastillas lo único que hacen es atontarte e impedirte pensar con claridad, lo dicen de oídas. Creedme: Nada más lejos de la realidad. Ahora más que nunca, puedo afirmarlo con conocimiento de causa. La psiquiatría ha evolucionado notablemente desde los tiempos del shock eléctrico, las duchas frías, la sedación sistemática y la lobotomía, en serio, me he documentado concienzudamente al respecto.

Por otra parte, no es que no crea en la psicología en general o en los beneficios de la terapia en particular. Pero tengo experiencia en ese campo. Hice terapia después de divorciarme porque tenía la autoestima tan baja que mirando hacia abajo con unos prismáticos no la veía. Y después de unas cuantas sesiones y sobre todo de mucho trabajo personal llegué a un punto en el que más o menos comenzaba a verla con las gafas de lejos. Pero me quedé ahí. La terapia puede reportar muchos beneficios, sobre todo si uno se somete a ella con una mentalidad muy abierta, sin poner barreras a lo que te vas encontrando en el proceso de excavar en ti mismo. Y en aquel momento yo no estaba dispuesta a seguir excavando. Simplemente solté la pala y salí corriendo. Ni la Gestalt ni el conductismo tienen la clave de todos los problemas. No hay soluciones estándar, esto no es como comprar ropa en Zara. Hace falta un auténtico traje a la medida de las necesidades de cada uno y a veces el sastre no puede trabajar ni de la forma ni con la velocidad que nos gustaría.

Qué quiero decir con todo esto? Que hacer terapia para mí en el momento de la epifanía del espejo hubiera sido como pedirme que hiciera el camino de Santiago por la ruta francesa partiendo de Roncesvalles, bajando primero a Cádiz, y subiendo por el Algarve en lugar de ir hacia Santiago bordeando el Cantábrico. Llegar, lo que se dice llegar, claro que llegas. Pero empleas mucho más tiempo, más esfuerzo y te salen más ampollas en los pies, dónde va a parar. Y yo por edad y por carácter necesitaba una ruta más directa para atacar mis problemas antes de que se me comieran viva. No disponía de tiempo para ahondar en mis traumas, ni para hacerme una reestructuración cognitiva que puede ser un proceso de meses o incluso años, y que en todo caso ya sé a dónde me tiene que llevar. Eso de momento se puede quedar en tareas pendientes. Los traumas de uno en uno, por favor.

Así que una bonita tarde de finales de marzo conocí a Andrea, mi psiquiatra. Me gustó nada más verla. Joven, afable, sonriente, y totalmente diferente al estereotipo que algunas personas se han formado  de los psiquiatras, que tienen una fama inmerecida de ser unos señores que no te escuchan y que sólo te recetan toneladas de pastillas que te atontan. Nada más alejado de la ealidad.

Aquel día antes de salir de casa estuve casi una hora haciendo ejercicios de relajación y respiración controlada para no echarme a llorar en cuanto entrara en la consulta. Estaba al borde… No sé exactamente de qué, pero me sentía al límite, literalmente al borde de algo. Como si hubiera llegado al final de un camino y al final hubiera sólo un precipicio al que por supuesto no quería saltar.

Conseguí explicarme con bastante serenidad y me sentí genial después de haber hablado con Andrea. Me hizo sentir comprendida, me ayudó a entender que no soy un bicho raro, que hay muchas personas con problemas como los míos, y me preguntó si quería empezar a hacer terapia inmediatamente o si creía que me vendría bien algún tipo de ayuda farmacológica para empezar.

Mi respuesta fue más o menos: “Veamos… Duermo 3 horas al día… Me duele todo… Estoy siempre agotada… No pienso más que en comer, y el 75% de las veces lo único que quiero es chocolate… Mi estómago está hecho trizas… Mi sistema nervioso está al borde el colapso… Bueno, creo que algo de ayuda sí que necesito!”

Andrea sonrió y empezó a extender recetas y a explicarme el plan a seguir. Me despedí de ella sintiendo algo parecido a la tranquilidad.

Aquella misma tarde, de camino a clase, entré en una farmacia muy antigua y bonita (Y por supuesto desconocida y alejada de mi casa, que una es muy echá palante pero no se veía capaz de comprar en su barrio un arsenal de pastillas de esas que sólo te dan si facilitas tu DNI porque, por la falta de costumbre, se sentía un poco yonqui) y un señor farmacéutico entradete en años, gafas en la punta de la nariz, expresión inescrutable, después de varias idas y venidas entre estanterías de madera maciza adornadas con tarros de botica con más solera que él y yo juntos, me entregó una bolsa llena de fármacos y de esperanza. No sé si fue sugestión por mi parte, pero me parece que su mirada en ese momento quería decir algo así como: “Creo que ésta está fatal de lo suyo.” Aunque no le di mucha importancia. La opinión de un pintoresco desconocido no merecía ni entrar en la lista de espera de mi lista de problemas. Tenía un plan: Echar a esa tía triste del espejo. Tenía un objetivo: Volver a ser yo. Y tenía ayuda. Por primera vez sentí que no estaba sola ante el peligro. Y dormí como no lo había hecho en mucho tiempo, llena de proyectos e ilusiones que empezaron a plasmarse al día siguiente…

martes, 24 de junio de 2014

Día 5, mes 1. Come, reza, ama. Versión 2.0



¿Recordáis “Come, reza, ama”, novela autobiográfica de Elizabeth Gilbert cuya versión cinematográfica protagonizó Julia Roberts?


Pues dejando al margen el hecho de que la primera parte de la película refleja una Italia donde todo parecido con la realidad es pura coincidencia (Sé de lo que hablo, llevo a Italia, la verdadera,  impresa a fuego en las entrañas) la historia de Elizabeth Gilbert me pareció especialmente inspiradora para mí en este momento crucial de mi vida. Porque come, reza, ama, puede parecer un buen plan pero no es tan fácil llevarlo a la práctica. 

La parte del come se me ha dado siempre muy bien. De hecho he estado atascada varios años en esa fase y así me ha lucido el pelo. 

Los rezos los sustituí por el yoga y la meditación, pero no conseguía llegar hasta el fondo del problema. 

En cuanto a lo de amar, por suerte esa faceta la tengo cubierta gracias a mi hija, a la que amo de una forma tan intensa que sólo otra madre que haya vivido lo que yo he vivido para llegar a ser madre puede llegar a entender.

Así que bajé al sótano a buscar la novela. Yo vivo en un adosado de 180 metros cuadrados, 160 de los cuales están ocupados por las escaleras, motivo por el cual una de mis ocupaciones más habituales a lo largo de un día en casa consiste en subir y bajar las susodichas escaleras hasta caer extenuada o quedar completamente alienada, inconsciente de mis propios actos, como si viviera en un eterno día de la marmota. A veces voy a mi habitación para buscar algo, me llevo de camino alguna cosa que está al pie de las escaleras esperando que un alma caritativa la suba, y cuando llego arriba coloco en su sitio lo que llevo entre manos y se me olvida el objetivo primario, lo que no advierto hasta que he vuelto al piso de abajo y vuelta a empezar. Quienes vivan en una casa de parecidas características me entenderán. En serio. Se han dado casos de personas que han pasado años subiendo y bajando ininterrumpidamente sin darse cuenta, ajenos a sus propios actos, hasta que alguien se ha apiadado de ellos y les ha dado el alto. Pero gracias a eso les han convalidado el Camino de Santiago, lo cual no viene nada mal. Yo lo tengo en tareas pendientes.A lo que iba. Bajé a buscar el libro para releer algunos párrafos que tenía señalados porque me impactaron mucho en su momento. Tanto que los dejé señalados pero bajé el libro al sótano nada más acabarlo porque los paralelismos con mi propia historia me resultaban demasiado inquietantes y no tenía el valor de enfrentarme a ello en ese momento.

Una muestra:

“Yo me fundo tanto con la persona a la que quiero que desaparezco. Soy como una membrana permeable. Si te quiero, te lo doy todo. Te doy mi tiempo, mi cariño, mi entrepierna, mi dinero, mi familia, mi perro, el dinero de mi perro, el tiempo de mi perro… todo. Si te quiero, cargaré con tus penas, saldaré todas tus deudas (de todo tipo, literalmente), te protegeré de todas tus inseguridades, te sacaré de dentro todas esas cualidades que no habías sabido cultivar y compraré regalos de Navidad a toda tu familia. Te daré el sol y la luna. Todo esto y más, hasta que me quede tan machacada y vacía por dentro para recuperar energías que no me quede más remedio que enamorarme perdidamente de otro.”

Pero ese día decidí que ya había dejado el momento de dejar de esconderse. Llevaba demasiado tiempo sintiéndome muy desgraciada sin saber cómo dejar de serlo. O sin querer saberlo.Creo que fue Einstein quien dijo aquello de que “Si quieres distintos resultados no hagas siempre lo mismo.”Había llegado la hora de empezar a hacer cosas distintas. Miré dentro y fuera de mí para empezar a analizar qué es lo que me había hecho tan desgraciada a lo largo de los años.La parte de fuera fue la más sencilla. Me limité a ir por cada rincón de mi casa, una casa algo viejecita que necesita una gran reforma que no me puedo permitir, y que gracias a la famosa burbuja inmobiliaria no puedo vender porque ahora vale menos de dos tercios de lo que pagué por ella. 

Los últimos ocho años me he sentido como viviendo de prestado, sin cambiar ni hacer nada por si la casa se vendía y tenía que organizar rápidamente una mudanza. Hasta que me di cuenta de que con esa excusa estaba viviendo en una casa que no me gustaba. Y no es necesario invertir mucho dinero para introducir unos cuantos cambios que te hagan sentir mejor.

Así que lo primero que hice fue comprarme unas brochas y pintura blanca. Y me puse a pintar cosas de blanco. Empecé por mi cuarto de baño. Todos los muebles y accesorios de madera oscura amanecieron una mañana como por arte de magia teñidos de blanco, reflejando la luz que llevaba tanto tiempo echando en falta en mi vida. 

Fue sólo el comienzo. Desde entonces la proporción del color blanco en mi casa ha subido como un 60%. Y aún no he soltado la brocha. A ratos, la loca de la brocha blanca en que me transformé descansaba y se ocupaba de otros detalles no menos importantes, como la eliminación de cortinas naranja-amarillentas que seguramente compré en estado de abducción o similar, para dar la bienvenida a estores blancos que bañan de luz la estancia donde los colocas. Toda toalla, colcha o sábana que estuviera en malas condiciones también era sustituida implacablemente por nueva ropa blanca. Sin prisa pero sin pausa la luz se fue apropiando de mi casa. Empezaba a sentirme muy a gusto en ella. Sobre todo en mi habitación. Adoro mi habitación. Es tan alegre y femenina (Ojo, no cursi!) que estoy segura de que si un hombre entrase en ella se le caerían automáticamente las pelotas y habría que recurrir a la cirugía para volver a colocárselas en su sitio. 

De todas formas existen pocas posibilidades de que tal eventualidad llegue a ocurrir. Cuando un hombre entre en mi vida no será para volver a compartir baño y habitación. En cuanto al baño no pienso rememorar detalles escabrosos, complétese con la imaginación de cada uno. Y en cuanto a la habitación… Quién podría renunciar a estas alturas a dormir en una cama enorme con las extremidades extendidas cual hombre de Vitruvio cuando la alternativa bien puede ser volver a sufrir ronquidos, patadas, codazos y cosas aún más desagradables? Yo desde luego no. “Nunca mais" sin mi espacio vital. A no ser cuando tengo a mi hija de okupa en mi cama a temporadas, por sus pesadillas o excusas bastante poco creíbles pero que le doy por buenas porque soy una floja, me mira con esos ojitos del gato con botas en la pelo de Shrek y es que no puedo resistirme. Me queda tan poco tiempo para que se deje achuchar y besar… Algunos amigos me dicen que dejará de dormir conmigo cuando llegue un día a casa con su novio, y que ambos me echarán sin contemplaciones de mi propia cama. A veces tengo miedo de que sea cierto.Y no hablemos del mando de la tele. Nadie va a separarnos nunca más. Nos hemos prometido amor y fidelidad eternos.

Bueno, parecía que los cambios a operar fuera de mí iban viento en popa. Era la parte fácil y divertida del asunto. Ahora tenía que enfrentarme a lo más difícil. A lo de dentro. A mis fantasmas. Y los derroté a lo largo de varios días dando caminatas interminables que me dejaban rendida. Me preparé una lista de reproducción en el I phone que me ayudara a dar rienda suelta a pensamientos y emociones mientras caminaba. Lo que leeréis en las próximas entregas son el fruto de mis paseos a campo través, llorando y entendiendo mi pasado en soledad. Enterrando de una vez a los muertos. Y preparándome para lo bueno que tenía que llegar. Porque ya iba tocando…

miércoles, 11 de junio de 2014

Día 1, mes 1. La epifanía del espejo.



El día en que toqué fondo fue porque me hundí bajo el peso de años de relaciones tóxicas que minaron mi autoestima hasta hacerme sentir tan insignificante como un gusano. Jefes hijos de puta que convirtieron mi vida en un infierno, "amigas" interesadas que me manipularon a su antojo, parejas que me anularon como mujer y como persona... Me ha llevado media vida entender por qué lo permití y pienso pasar la otra media disfrutando de haberlo superado, de haberme perdonado por ello y de haber emprendido el camino que me llevará, espero, a ser la que era.
Que quién era yo? Una mujer alegre, luchadora, soñadora, que se reía hasta de su sombra, que lloraba si se lo pedía el cuerpo, que se sentía a gusto en su piel y salía de casa cada día dispuesta a comerse el mundo.
Pero el día en que toqué fondo, la que me miraba desde el espejo era la sombra de quien yo fui. Tenía ojeras de zombie y hechuras de luchador de sumo. Así que me quedé mirando el reflejo de esa desconocida y pensé: "Tía, no sé quién coño eres pero ya te estás largando de aquí, y cagando leches." 
Sí, sólo lo pensé. No tuve huevos para decírselo. Y qué queréis? La tía daba un poco de miedito.
Conque no me entretuve mucho mirándola, no fuera a ser que me pegara dos hostias, y me senté a elaborar un plan para echarla del espejo y de mi vida. Sabía que no iba a ser fácil. Se imponían medidas desesperadas...