Qué es Prozaicamente?

Ficción basada en hechos reales o realidad basada en hechos ficticios. En todo caso, una parte de mi historia "prozaicamente" narrada.

martes, 8 de julio de 2014

Día 8, mes 1: A la cuarta va la vencida




No una, ni dos, sino tres veces pedí cita con un psiquiatra para plantearle mis problemas con la comida, mi angustia, mi depresión, mis inseguridades y miedos, mis traumas, etc. Y las tres veces anulé la cita en el último momento. Lo que viene siendo acojonarse. Pero esta vez tenía que ir a por todas. Así que pedí una cuarta cita. Y ésta no la anulé.

Ya lo sé. Un 75% de vosotros previsiblemente dirá “Y no has pensado en ir al psicólogo?” Sabía que me lo iban a preguntar muchas personas. Incluso aposté conmigo misma a que ésa precisamente sería la reacción de una de mis mejores amigas cuando le contara mis propósitos. Tengo que decir que no me causó especial satisfacción ganar la apuesta, más bien al contrario.

A todos los que estéis pensando que "empastillarse" es un error, cordialmente os digo que es una generalización y una simplificación, y que además es falsa y está motivada por la tan hispánica y atávica costumbre de juzgar y automáticamente rechazar lo que no se conoce. Me atrevo a asegurar que más del 90% de las personas que opinan que tomar fármacos por un problema psicológico es de débiles, y que las pastillas lo único que hacen es atontarte e impedirte pensar con claridad, lo dicen de oídas. Creedme: Nada más lejos de la realidad. Ahora más que nunca, puedo afirmarlo con conocimiento de causa. La psiquiatría ha evolucionado notablemente desde los tiempos del shock eléctrico, las duchas frías, la sedación sistemática y la lobotomía, en serio, me he documentado concienzudamente al respecto.

Por otra parte, no es que no crea en la psicología en general o en los beneficios de la terapia en particular. Pero tengo experiencia en ese campo. Hice terapia después de divorciarme porque tenía la autoestima tan baja que mirando hacia abajo con unos prismáticos no la veía. Y después de unas cuantas sesiones y sobre todo de mucho trabajo personal llegué a un punto en el que más o menos comenzaba a verla con las gafas de lejos. Pero me quedé ahí. La terapia puede reportar muchos beneficios, sobre todo si uno se somete a ella con una mentalidad muy abierta, sin poner barreras a lo que te vas encontrando en el proceso de excavar en ti mismo. Y en aquel momento yo no estaba dispuesta a seguir excavando. Simplemente solté la pala y salí corriendo. Ni la Gestalt ni el conductismo tienen la clave de todos los problemas. No hay soluciones estándar, esto no es como comprar ropa en Zara. Hace falta un auténtico traje a la medida de las necesidades de cada uno y a veces el sastre no puede trabajar ni de la forma ni con la velocidad que nos gustaría.

Qué quiero decir con todo esto? Que hacer terapia para mí en el momento de la epifanía del espejo hubiera sido como pedirme que hiciera el camino de Santiago por la ruta francesa partiendo de Roncesvalles, bajando primero a Cádiz, y subiendo por el Algarve en lugar de ir hacia Santiago bordeando el Cantábrico. Llegar, lo que se dice llegar, claro que llegas. Pero empleas mucho más tiempo, más esfuerzo y te salen más ampollas en los pies, dónde va a parar. Y yo por edad y por carácter necesitaba una ruta más directa para atacar mis problemas antes de que se me comieran viva. No disponía de tiempo para ahondar en mis traumas, ni para hacerme una reestructuración cognitiva que puede ser un proceso de meses o incluso años, y que en todo caso ya sé a dónde me tiene que llevar. Eso de momento se puede quedar en tareas pendientes. Los traumas de uno en uno, por favor.

Así que una bonita tarde de finales de marzo conocí a Andrea, mi psiquiatra. Me gustó nada más verla. Joven, afable, sonriente, y totalmente diferente al estereotipo que algunas personas se han formado  de los psiquiatras, que tienen una fama inmerecida de ser unos señores que no te escuchan y que sólo te recetan toneladas de pastillas que te atontan. Nada más alejado de la ealidad.

Aquel día antes de salir de casa estuve casi una hora haciendo ejercicios de relajación y respiración controlada para no echarme a llorar en cuanto entrara en la consulta. Estaba al borde… No sé exactamente de qué, pero me sentía al límite, literalmente al borde de algo. Como si hubiera llegado al final de un camino y al final hubiera sólo un precipicio al que por supuesto no quería saltar.

Conseguí explicarme con bastante serenidad y me sentí genial después de haber hablado con Andrea. Me hizo sentir comprendida, me ayudó a entender que no soy un bicho raro, que hay muchas personas con problemas como los míos, y me preguntó si quería empezar a hacer terapia inmediatamente o si creía que me vendría bien algún tipo de ayuda farmacológica para empezar.

Mi respuesta fue más o menos: “Veamos… Duermo 3 horas al día… Me duele todo… Estoy siempre agotada… No pienso más que en comer, y el 75% de las veces lo único que quiero es chocolate… Mi estómago está hecho trizas… Mi sistema nervioso está al borde el colapso… Bueno, creo que algo de ayuda sí que necesito!”

Andrea sonrió y empezó a extender recetas y a explicarme el plan a seguir. Me despedí de ella sintiendo algo parecido a la tranquilidad.

Aquella misma tarde, de camino a clase, entré en una farmacia muy antigua y bonita (Y por supuesto desconocida y alejada de mi casa, que una es muy echá palante pero no se veía capaz de comprar en su barrio un arsenal de pastillas de esas que sólo te dan si facilitas tu DNI porque, por la falta de costumbre, se sentía un poco yonqui) y un señor farmacéutico entradete en años, gafas en la punta de la nariz, expresión inescrutable, después de varias idas y venidas entre estanterías de madera maciza adornadas con tarros de botica con más solera que él y yo juntos, me entregó una bolsa llena de fármacos y de esperanza. No sé si fue sugestión por mi parte, pero me parece que su mirada en ese momento quería decir algo así como: “Creo que ésta está fatal de lo suyo.” Aunque no le di mucha importancia. La opinión de un pintoresco desconocido no merecía ni entrar en la lista de espera de mi lista de problemas. Tenía un plan: Echar a esa tía triste del espejo. Tenía un objetivo: Volver a ser yo. Y tenía ayuda. Por primera vez sentí que no estaba sola ante el peligro. Y dormí como no lo había hecho en mucho tiempo, llena de proyectos e ilusiones que empezaron a plasmarse al día siguiente…

1 comentario:

  1. Me encanta leerte, yo también soy de la opinión que la gente habla por hablar y casi siempre desde el desconocimiento. En mi caso, harta de luchar por salir adelante sin ayuda acabé como tú... enterrada en mis problemas, no levantaba cabeza, pero Enriqueta, mi psico, me ha ayudado muchísimo. He estado cuatro años con ella visitándome cada 15 días y ha sido mi milagro. Me ha sacado cosas de mi interior que ni yo sabía que me afectaban... fué la mejor decisión de mi vida... tomar esas pastillitas y ponerme en manos de esta gran mujer. Hoy por hoy voy a verla de vez en cuando y me sigo medicando... pero que conste que estoy más despierta que nunca!!! un abrazo.

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